Ayahuasca, el disco duro de los dioses

«El ayahuasca no es de los indígenas sino de los dioses, pero a los indígenas los respeto porque ellos recuerdan el conocimiento», nos cuenta Chris Falconi, parapsicólogo, instructor militar y autor del libro ‘Ayahuasca, el disco duro de los dioses’.

La relación de Falconi con la ayahuasca es poco convencional. Falconi fue introducido a la planta por los shuar, la tribu indígena predominante en el Oriente ecuatoriano, más concretamente por los miembros de los comandos Iwias, del Ejército de Ecuador, un cuerpo de operaciones especiales de la selva integrada por guerreros shuar*.

«Yo soy instructor de artes marciales de los Iwias, los “demonios de la selva”, un grupo de fuerzas especiales shuar. Desde hace 12 años los entreno, y fueron ellos quienes me llevaron donde sus chamanes. Ellos hacen varios cursos, uno de ellos para transformarse en Iwia y el otro es el curso de ‘Arutam’ para convertirte en “médico de la selva”, y termina con un trabajo que ellos llaman “natemamo”** y que consiste en varios días de toma de ‘natem’, que es como ellos denominan a la ayahuasca».

Pero el conocimiento del ‘natem’ fue sólo la parte más “suave” de la iniciación a la medicina amazónica que recibió el instructor: «Hice una iniciación de “malikawa”, algo que pocos hombres blancos han hecho y que solamente tiene un riesgo: puedes morir. El padre chamán de un soldado Iwia me dio la planta que ellos llaman ‘maikiua’, y que no es otra  es lo que se conoce como Datura estramonio, Brugmansia o floripondio. Los shuar también le llaman “doctor de la muerte”, y es el mismo que compone las fórmulas con que crean los zombis en Haití. La ‘maikiua’ es un aditivo habitual de la ayahuasca shuar; uno raspa el equivalente al ancho de tu uña, del tronco, no de la flor, y caes en una muerte artificial durante tres días. El único riesgo es no regresar. En su cosmogonía ahí es cuando eres aceptado porque no puedes morir dos veces».

Esta iniciación, de corte marcial, y tan alejada del neochamanismo occidental ha configurado una visión nada convencional de la ayahuasca por parte de Chris Falconi:

«La visión que yo tengo es diferente y puede sonar chocante. Soy una persona contraria a la moda de la ayahuasca, la ‘new age’ y los abrazos. La ayahuasca no es inocua, es un gran curador pero no es como la gente lo pinta (…) La ayahuasca se está prostituyendo y la gente la está dando con ligereza, sin ni siquiera un historial médico o psiquiátrico para ver qué riesgos podría tener. Esta moda de que todo se cura con amor está pudriendo la ayahuasca, hasta que un día sea totalmente prohibida, cuando suceda una muerte más sonada (…) Ayahuasca Internacional es el reflejo de toda esta podredumbre», añade Falconi, que se enorgullece de haber «parado los pies» a esta organización en su intento de instalarse en Ecuador.

La tradición shipibo-konibo es posiblemente la más conocida de la ayahuasca, si bien la mayor exposición de Perú al turismo ayahuasquero ha desvirtuado su visión, en opinión de Falconi:

«Desde el año 2009 he vivido 11 años consecutivos viviendo en la selva. He tomado planta con los shuar, con los kechuas, con los kofanes de Colombia, los sionas… La pinta que tiene la ayahuasca de los shuar es muy diferente de la que tiene la de los shipibo de Pucallpa, sus visiones están más conectadas a la selva y a la hiperconciencia de conexión con la naturaleza».

La portada del libro de Falconi muestra un ser reptiliano, de origen extraterrestre, entregando una figura a un indio. La explicación de esta ilustración la da el propio autor, Chris Falconi:

«Pregunté al curandero shuar Zamarenda, “¿Por qué se ven serpientes?”, “Porque todos somos serpientes, tú también fuiste serpiente cuando fuiste espermatozoide”, me respondió, «Shakeim, el Dios del cielo, los seres de las estrellas, les habían enseñado esta mezcla».

«El ayahuasca te abre la percepción a que esto es un mundo ilusorio, similar al que describe el budismo, son capas y capas de conciencia. Ahora bien, si no tienes los datos estables, te puede dejar en ese interplano de irrealidad. Hay que tener mucho cuidado».

*Tal y como relata Josep Fericgla en su libro ‘Jíbaros, cazadores de sueños’:

«Un hecho que, paradójicamente, ha ayudado a los shuar a sobrevivir como pueblo fue la guerra ecuatoperuana del año 1941. El ejército ecuatoriano vino a Oriente a buscar indígenas para incorporarlos a filas, ya que eran los únicos ecuatorianos que podrían sobrevivir en el interior de la selva: sabían qué comer, cómo curarse, cómo orientarse… pasaron de la categoría de “indígenas salvajes del Oriente” a la de “honorables ciudadanos ecuatorianos”».

**Un relato complementario de la iniciación ‘Natemamo’ shuar la da el psicólogo y fundador de Plantaforma Manuel Villaescusa en un artículo publicado en ‘Revista Ulises’ en 2009.

Enlaces:

-‘Ayahuasca, el disco duro de los dioses’, por Chris Falconi.

-‘Las plantas medicinales más utilizadas en la tradición shuar’, Natem.

‘Natemamo, un rito de paso shuar’, Manuel Villaescusa, Onirogenia,

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