¡¡¡AHOO RICARDO!!!

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En la tarde del pasado 20 de junio, víspera del Solsticio de verano, se nos fue en un suspiro nuestro compañero de la Plantaforma Ricardo Awanach.

No estaba enfermo. Fue de repente. Dios se lo llevó a la hora de la siesta. Se durmió y no se despertó más. Se fue como un indio, como un chamán, como un fardado del Santo Daime que era. Con el sol de poniente iluminando su cuerpo con su alma ya trascendida.

Ricardo era un Tsunki, “un hombre medicina” de la tribu de los shuar, una etnia de indios de la Amazonia ecuatoriana. Con su mujer, Cristina, y su hijo Carlitos, llevaba más de cinco años viviendo en la Comunidad daimista del Cielo de San Juan donde, además de realizar como un miembro más los trabajos espirituales de la Iglesia del Santo Daime, realizaba sus ceremonias con plantas maestras según el rito de su tribu y corría Temazcales.

Además, luchaba infatigablemente por la defensa de los Derechos Indígenas en la Amazonía, por su dignidad y reconocimiento y contra los abusos de las grandes multinacionales que estaban contaminando los ríos y tierras de sus ancestros.

Desde aquí queremos dejar este homenaje en forma de carta que le ha escrito su amigo y compañero Juan Carlos de la Cal, responsable de la iglesia daimista Cielo de San Juan, y miembro también de la Plantaforma.

Por todas nuestras buenas relaciones, hasta siempre Ricardo

“Por ello cumpliendo con la manifestación del Gran Espíritu en todas sus formas y dimensiones, una profecía de nuestros ancestros, Visión de Futuro de los Ancestros  , con el fin de seguir reuniéndonos para llegar a ser una sola familia… un sueño digno para las futuras  generaciones”.  Ricardo AWANANCH

Carta homenaje a Ricardo Awanach

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Hola Ricardo

Te imagino, te percibo mejor dicho, “haciendo el indio” por el Astral, como solíamos bromear siempre entre risas cuando te pedía que te pusieses la “indiomentaria” para acompañarnos en las presentaciones del libro. Era un momento mágico cuando aparecías en la tarima medio desnudo, inmensamente vestido con tu farda de príncipe Shuar, como un Ángel en medio de un mar de pensamientos, abriéndote paso a golpe de maracá.

Tus palabras brotaban suaves con ese acento de “traductor simultáneo” que te salía cuando pensabas en shuar. Entre lo de “Madre Tera” y “coriente positiva” nos dejabas a todos embobados al oír la profunda voz de la Amazonia. Un esbozo apenas de lo que debía ser tu vida allá. Luego, con la “bendición indígena”, conseguiste que todo el mundo agradeciera estar sentado allí, en un momento como ese, recibiendo un regalo llegado desde lo más profundo de la Floresta, desde lo más profundo del Astral.

Era esa faceta tuya de militante, cuando te ponías serio de verdad al recordar a tu pueblo bebiendo el petróleo que los gringos dejaron allí en su codicia, el padecimiento de tu tribu viendo como la “Madre Tera” se colapsa a su alrededor o lo que tiene que pasar tu madre cada vez que va al mejor hospital militar de Quito para que la atiendan por ser india. Ahí salía el guerrero que llevas dentro, las lanzas y las flechas, la danza y el Poder. Era la única vez que se te podía oír en público quejándote de algo.

La noche de San Juan volví a oír aquel “no pasa nada” que siempre tenías dispuesto cuando la fuerza del Daime apretaba. Estabas tranquilo, inmutable, transmitías confianza, un “Porto Seguro” durante la navegación. Siempre estabas ligado. Cuando pensaba en ti para anunciar un despacho de sacramento, aparecías por la puerta. Cuando había que encender el fuego, la llama de tu mechero y de tu corazón prendía la hoguera de fuera.

Y creabas un nuevo salao alrededor del fuego cuando te sentabas para recibir a los que salían a ver la noche. Tu amigo fuego, el hermano fuego, el mismo que se llevó la mitad de tu casa el día de San Isidro dejándote la otra mitad para que no te fueras lejos en medio de la tempestad.

Siempre que enciendo una hoguera me acuerdo de ti…

Echo de menos tus sueños, tus visiones, tus avisos. Te quedaste preocupado cuando te conté aquella historia de esos indios a los que la luz eléctrica y la televisión les había quitado la posibilidad de contarse sus sueños antes del amanecer. Porque ya no soñaban. Y sin sueños no hay conexión. Y si no hay conexión la vida se vuelve más agria. No hay nada.

Me acuerdo que me dijiste que te ibas a ir pronto, que de joven, cuando recibiste la graduación de “Tsunki”, viste tu propia muerte, paso necesario para ello. También me habías contado lo del incendio y eso te preocupaba. Habías visto una casa ardiendo sin saber que era la tuya. Me acordé el día que tiré de ti entre el humo para ayudar a salvar tu media casa. Fue la única vez que te vi realmente impactado.

Mañana hay que hacer Daime y no estarás para hacerlo. Ese Daime que hicimos juntos el año pasado en Río, donde me enseñaste que comer antes de una batiçao era más que recomendable, donde te refugiabas en aquellas peñas del río donde llamabas a las águilas, como en los retiros, en las gargantas de nuestra Vera.

Nos encargaremos nosotros como acabamos de hacer en los Temazcales que corrimos hace unos días, con Paco de timonel. Ese que construimos juntos el año pasado. Entre unos y otros recordamos tus enseñanzas, recordamos tus bendiciones, recordamos tus recetas. Te recordamos Ricardo oyendo tu tambor, tus cánticos, tus bromas a 60 o 70 grados de temperatura, tu respeto antes de entrar o salir de ese espacio sagrado que considerabas como un “utero” de la Madre Tierra para todos nosotros.

Porque todo en tu vida, Ricardo, era un ritual. Tu vida era un ritual de sanación. Antes de hacer cualquier cosa, terrenal o espiritual, te concentrabas, salmodiabas algo de manera casi imperceptible, apenas un instante, un instante mágico y profundo que te protegía a ti y a todos los que te acompañábamos.

¿Por qué te has ido tan pronto?

Pocas personas he visto irse tan lloradas, rezadas, cantadas y sentidas como a ti. No te quejarás querido. La vida ha sido generosa contigo en cuanto a los amigos. Cristina lo lleva como puede. Es una mujer fuerte y tirará para delante como siempre lo hizo. Carlitos está genial. Ha madurado y le ha sentado muy bien el viaje de despedida a Ecuador. Sigue siendo una alegría para todos. Es un reflejo tuyo. Todos sabemos que estás ahí, con él, con nosotros, con Dios.

En fin mano, la vida sigue sin ti. Pero sigue. Gracias por haber estado ahí. Por estar ahí. Qué Dios te bendiga para siempre.

Nos vemos en el Astral

¡¡¡Ahoo Ricardo!!!

Tu amigo,

Juan Carlos