HUYENDO DEL ÁRIDO NORESTE
Principios de la década de 1920. A sus doce años, Francisco huyó con su familia del árido Sertao del nordeste brasileño para recalar en el lejano Xapurí, en el territorio de Acre, extremo occidental del país y frontera con Bolivia.
Tratando de escapar de la miseria y la persistente sequía que azotaba su Estado natal, Ceará, y expulsada de su tierra por un desarrollismo depredador que les había dejado sin hogar, aquella familia recaló en pleno corazón de la Amazonía, donde a Francisco solo le quedaba una alternativa: convertirse en seringueiro, recolector de caucho.
La labor de seringueiro no era precisamente fácil. A las duras condiciones de trabajo se le unían el asedio constante de los mosquitos, la amenaza de las serpientes, y el riesgo de enfermedades. Además de la violencia impuesta por patrones de funesta memoria y mano de hierro, cuya única ley, la de la violencia, convertía aquel rincón occidental de Brasil en un verde y salvaje Oeste.
Y es que la historia de Acre está ligada a la del caucho. Territorio en disputa con Perú y Bolivia durante décadas, acabó en manos de Brasil tras el tratado de Petrópolis de 1903. Desde finales del siglo XIX, la llamada fiebre del caucho había atraído a miles de buscavidas en pos de una tierra nueva en la que cambiar su suerte. Aquel éxodo permitió a Brasil hacerse con una las zonas más ricas en hevea brasilensis, árbol del que se extrae el preciado látex, de toda la región.

EL MAYOR DE CINCO HERMANOS
Veinte años después de su llegada a Xapurí, Francisco había logrado formar una familia. La demanda internacional de caucho vivía un último y efímero esplendor gracias a la industria de EEUU y sus aliados en la II Guerra Mundial. Era 1944, y nacía el mayor de sus cinco hijos, Francisco Alves Mendes Filho, al que el mundo conocería como Chico Mendes.
Chico se inició en la recolección del látex a los nueve años, pero, tras el fin de la guerra, el interés de la industria global por el caucho se había esfumado, haciendo aún más difícil la supervivencia en un mundo que, a ojos del resto del país, desaparecía en el olvido.
Como hijo de seringueiro, a Chico no le estaba permitido ir a la escuela. De sus padres, también analfabetos, aprendió a extraer el caucho, pero también a utilizar plantas medicinales, a reconocer los peligros invisibles, y a seguir los caminos correctos en aquel laberinto verde, guiado por una intuición propia que, a pesar de todo, le permitía sentir la belleza que le rodeaba.
Hasta que un buen día conoció a un personaje clave en su historia.
De Euclides Tabora se decía que era un revolucionario, huido a la profundidad de la selva para escapar de sus captores. Sea como fuere, aquel hombre se convertiría en su mentor. Le enseñó a leer y a escribir, e hizo que en sus ojos despertara una mirada crítica que, desde entonces, sería el leitmotiv de su existencia.

TEJIENDO COMUNIDAD
Chico tenía razones para rebelarse; la caída del caucho trajo consigo una nueva élite de inversionistas procedentes de Sao Paulo y otras grandes urbes, ávida por convertir la selva en una inmensa hacienda ganadera. Se trataba de una vuelta de tuerca más a la vieja historia colonial, aún hoy vigente, en la que la Amazonía no es más que una terra nullius, una tierra “vacía” a la espera de ser conquistada y explotada, como si en ella no viviera nada ni nadie.
Bajo aquella amenaza, Chico y otros seringuerios comprendieron que debían dejar atrás antiguos prejuicios y tejer una nueva conciencia de comunidad.
Pronto desarrollaron un método propio de resistencia al que denominaron el “empate”, que consistía en acudir en grupo al encuentro de las cuadrillas que deforestaban la selva, para hablar cara a cara, sin violencia ni armas, hasta convencerles de que su trabajo era un atentado contra la vida de otros seres humanos, que ya estaban allí y necesitaban de la floresta para vivir.
Por extraño que parezca la táctica dio resultado y lograron salvar numerosas hectáreas de una tala segura, lo cual les animó a continuar.
A mediados de la década de 1970 organizaron su propio sindicato. Al cabo, enfrentaron el analfabetismo crónico con la creación de una red de escuelas rurales que servirían de modelo para otras muchas en todo el Estado.
Pero a medida que crecían sus logros lo hacían también las amenazas. El movimiento seringueiro sufría persecución, torturas y asesinatos por parte de unos terratenientes que seguían ostentando un poder casi infinito, bajo el amparo de la dictadura militar.
La floresta ardía en inmensas columnas de humo que se elevaban sobre el horizonte, afectando incluso al aeropuerto de Rio Branco, capital de Acre.
En 1985, seringueiros de toda la Amazonía se reunían por primera vez en Brasilia. En aquel encuentro se fraguó lo que acabaría por convertirse en el gran objetivo vital de Chico Mendes: la creación de una reserva extractivista en Acre. Esto es, la protección legal de un territorio de la selva y de las prácticas tradicionales de quienes en ella viven sin destruirla.
Así resultó que los seringueiros, que una vez fueron la punta de lanza de la explotación más cruenta de la Amazonía, se habían convertido en sus defensores. Y Chico Mendes era su abanderado para los logros que estaban por llegar. Algo por lo que, como veremos en la próxima entrega, pagaría un alto precio.

Bibliografía:
J. Killee, Timothy (6 de noviembre de 2024). El auge del caucho y la huella que dejó en Brasil, Perú, Bolivia y Colombia. Mongabay:
Moro, Javier (1992). Senderos de libertad. La lucha por la defensa de la selva. Seix Barral ed. Barcelona.
No te pierdas la serie Memorias de la floresta, de Germà García:
-Primer capítulo: Terra preta do indio: el oro negro de la Amazonía
-Segundo capítulo: Amazonía, crónica de una abundancia olvidada
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