Ortiga, diente de león, milenrama, llantén, cannabis, espino y zarzamora abren una nueva vía en la que la salud se obtiene a través de fitonutrientes presentes en las plantas
Karl Elliot-Goug*
Tiene que ser cierto lo que dijo Hipócrates hace dos mil quinientos años, que la comida debe ser nuestra medicina. Sin embargo, la paradoja actual es que la comida parece más bien ser nuestro veneno, un antagonista de la salud. Existe una advertencia propia del siglo XXI: la omnipresencia de contaminantes, la mayoría de los cuales estaban ausentes hasta hace no tanto. Esto parece contradecir la postura que inicialmente adopté, según la cual la comida era el principal factor causal de las enfermedades de la civilización.
Pero cuanto más profundo excavaba, más se revelaba —y más sospechosa se volvía— la industria alimentaria como el verdadero factor causal primario, sin negar las claras capacidades carcinógenas y disruptoras del ADN de los contaminantes industriales y otros químicos artificiales. Lo que se volvió cada vez más evidente fue que, si la dieta contuviera el conjunto completo de nutrientes —como la de los pueblos cazadores-recolectores (antes de que sus modos de vida fueran drásticamente alterados y se les forzara a sobrevivir en los márgenes, lejos de sus territorios y asentamientos ideales)—, entonces la incidencia de enfermedades se reduciría drásticamente.
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