En el corazón de la Amazonía, donde la biodiversidad se entrelaza con la riqueza cultural, la ayahuasca, una bebida psicoactiva, ha sido durante siglos un pilar en las tradiciones espirituales y medicinales de numerosos pueblos indígenas. Sin embargo, en 1986, este brebaje sacramental se encontró en el centro de una disputa legal que resonó en los rincones más distantes del mundo, desatando un debate sobre la biopiratería, los derechos indígenas y la ética de la propiedad intelectual.
La controversia comenzó cuando Loren Miller, un empresario estadounidense, logró obtener la patente US 5.751.175 para una variedad de Banisteriopsis caapi, componente esencial de la ayahuasca. Este acto no solo fue visto como un atropello a la soberanía de los conocimientos tradicionales, sino también como un claro ejemplo de biopiratería, término que describe la apropiación indebida de recursos biológicos y conocimientos ancestrales de comunidades locales e indígenas por parte de entidades foráneas.
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