La ayahuasca es una herramienta de un valor incalculable para paliar la pandemia de depresión, ansiedad y duelo que vive el mundo. Sin embargo, no hay ayahuasca para tanta gente y la presión de la creciente demanda se hace patente en la inflación y la disponibilidad de la liana en la selva amazónica, hasta el punto de que las propias comunidades indígenas tienen problemas para poderse permitir su medicina. El psicólogo y antropólogo Adam Aronovich nos cuenta en esta entrevista sus aportaciones al nuevo libro de Bia Labate y Clancy Cavnar ‘Ayahuasca Healing and Science’, Springer Nature, 2021 y explica la importancia de la ayahuasca como “medicina relacional”.
Puedes escuchar la entrevista completa aquí:
¿Cuál es tu interés por la ayahuasca?
Estoy terminando el doctorado con la URV de Tarragona, donde también soy miembro del MARC, el Medical Anthropology Research Centre. Mi especialidad es la antropología médica. He trabajado en hospitales psiquiátricos, con gente diagnosticada con trastornos psicóticos y, después de un tiempo, me di cuenta de que la institución psiquiátrica no era lo mío. Me interesaba seguir en el ámbito de la salud mental pero buscando alternativas más allá de la metodología farmacológica e individualista del enfoque psiquiátrico moderno. Me fui a conocer otros países para ver cómo se vive la depresión, la ansiedad y la enfermedad mental en general. En Perú trabajé durante cuatro años y medio en un centro que ofrece talleres con ayahuasca en la Amazonia peruana, como investigador y, más adelante, como facilitador de talleres.
¿En qué consistía tu trabajo?
Hacía las veces de enlace entre los visitantes y los onaya shipibo, la etnia con la que trabajamos en el centro. En los talleres resolvíamos dinámicas de grupo, y también terapias individuales, era un trabajo de 24 horas al día al servicio de la gente que acudía. En los últimos cinco años he colaborado en dos investigaciones fundamentales; el primero con ICEERS, a partir de centenares de encuestas con personas que han pasado por ese centro, con objetivo de desvelar los efectos terapéuticos de la ayahuasca en cuatro cuadros clínicos diferentes: depresión, ansiedad, trauma y duelo, y un grupo más grande de bienestar general, que ha sido publicado hace poco tiempo.
Un segundo estudio más reciente en colaboración con el Center for Psychedelic Research del Imperial College de Londres, que lleva Robin Carhart-Harris, y que nació como respuesta al estudio anterior de ICEERS. Este estudio -en el que yo llevé la parte cualitativa- se hizo desde la perspectiva de la cosmovisión que rodea a la ayahuasca, no limitándose a la bebida en sí. El tema relacional se volvió muy importante para mí. He entrevistado a docenas de personas, y un tema que me llamó la atención por su frecuencia en las narrativas de la gente, fue el tema relacional. Las experiencias de sanación que la gente reporta no tiene que ver sólo con temas intrapsíquicos y personales, sino de reconciliarse con la pareja, los padres o incluso otros miembros del taller. Creo que es un tema infravalorado en los enfoques de los estudios psicológicos.
Esto parece confirmar que la ayahuasca no sólo incide en la salud de la persona que la toma sino en la de toda la comunidad.
Exactamente. Uno de los grandes insights que la ayahuasca trae a la persona no es necesariamente lo que la ayahuasca enseña a la persona sino toda la sabiduría del linaje, todo lo que podemos aprender del modo de vida, la iconografía y de las relaciones entre las personas y el medio en culturas que no son tan individualistas o extractivistas como es nuestra cultura occidental. Cuando la gente llega a la selva hay un compromiso implícito de coparticipar en un espacio de sanación que es individual pero también colectivo. Creo que esa implicación es parte importante en la sanación, porque la gente se da cuenta de que mi salud es contingente con la salud de los demás: yo no puedo estar sano si no lo están también los miembros de mi comunidad. Los sistemas occidentales culpabilizan al individuo más y más, y así evitan cualquier tipo de crítica a los problemas sociales, políticos o ambientales.
Hay una preocupación creciente de que la ayahuasca se medicalice y pase a convertirse en un fármaco más del botiquín psiquiátrico.
Las dos metodologías tienen valor, y plantean la gran pregunta: ¿es la ayahuasca lo mismo que el DMT? Creo que puedes tener una experiencia fantástica con DMT en un laboratorio pero definitivamente no es lo mismo que tomar ayahuasca en un contexto nativo, donde hay música, cantos y ese sentido de “communitas”, que creo que es la palabra clave. De hecho, Victor Turner, del Imperial College, está trabajando justamente ese contexto de “communitas”, esa experiencia tan potente de sentirse parte de un grupo trabajando en una misma meta. No creo que sea algo que puedas experimentar con un psiquiatra con una bata blanca. La experiencia de “communitas” es lo que muchos andamos buscando en occidente, porque la soledad, la enajenación y la erosión de las relaciones sociales está arrasando con las sociedades europeas y norteamericanas. Mucha gente experimenta por primera vez, con 40 o 50 años, esa sensación de “communitas” gracia a la ayahuasca, y entiende que su tristeza y depresión vienen del aislamiento, de la alienación.
Si alguien está trabajando algo específico, una neurosis o un trauma, puede que se resuelva mejor en un contexto psicodélico. No sé si la ayahuasca sería lo primero que ofrecería a un paciente, creo que hay plantas o sustancias más apropiadas para determinadas neurosis. Por ejemplo, para ayudar a gente con PTSD, probablemente una sesión de psicoterapia con MDMA sea mejor opción que una ceremonia chamánica.
Adam Aronovich, durante su intervención en #AYA2019.
¿Para qué cuál de las dolencias que citabas antes – depresión, ansiedad, trauma y duelo- crees que es más apropiada la ayahuasca?
Todas las citadas son manifestaciones de algo más profundo, desde mi punto de vista. Creo que tanto la depresión como la ansiedad tiene su génesis no en balances neuroquímicos sino en problemas sociales: la soledad, que es un factor crítico de salud pública. En Inglaterra hace un par de años hubo una ministra de soledad en el gabinete de Teresa May, eso me llamó mucho la atención. Creo que la ayahuasca puede ayudar con problemas de la civilización occidental que están directamente vinculados con nuestra ideología hiperindividualista.
¿Cómo viven estas patologías los pueblos amazónicos?
Es muy interesante. Donde nosotros etiquetamos como depresión, ellos no entendían a qué me refería. La preocupación neurótica que llamamos ansiedad lo entienden como una preocupación excesiva. Dentro de la comunidad shipibo, cuando una persona está preocupada el resto intentan aliviarle, quizá con trabajo, ayuda o lo que necesite, todo está enfocado a las relaciones humanas más que a patologizar las experiencias. Creo que la ayahuasca es especialmente eficaz en tratar esos problemas de la civilización justamente porque ayuda mucho a visibilizar los diferentes factores, mi ansiedad no es sólo ansiedad, es que tengo dos trabajos y no me llega para pagar la casa o alimentar a mi familia. Por tanto si quiero superar mi ansiedad no sólo tengo que tomar benzodiacepinas o hacer psicoterapia sino quizá replantearme mi lugar en esta sociedad, y cómo podemos actuar como agentes de cambio transformando estructuras sociales, económicas y políticas que afectan nuestra salud mental y emocional. Este es el punto de inflexión: darnos cuenta de que nuestras aflicciones no están situadas dentro de nosotros sino en esos distintos sistemas relacionales: individuo-sociedad, individuo-economía, individuo-ambiente.
Muchas de las personas que vienen con ansiedad tienen experiencias con la ayahuasca muy viscerales a nivel ecológico, sentir realmente en cada célula de su cuerpo la devastación ecológica, el colapso de los ecosistemas y quedar en shock. Hay una ansiedad existencial porque no sabemos qué mundo vamos a dejar a la próxima generación, o qué va a quedar en 15 o 20 años. Estas son inquietudes invisibilizadas por los discursos hegemónicos porque no hay un intento honesto por parte del poder de hablar de problemas estructurales, es mucho más fácil responsabilizar a los individuos. Tenemos un enorme problema ecológico y la ansiedad es, en parte, justificada.
Uno de los capítulos que firmas en el libro trata sobre la ayahuasca y el duelo. ¿Crees que está justificado el sobrenombre de ‘la liana de los muertos’ que los pueblos indígenas otorgan a la ayahuasca?
Desde un punto de vista más indígena, ese es el enfoque que dan a la ayahuasca: no la toman para tener visiones sino para tener la perspectiva necesaria para poder afrontar experiencias vitales inevitables que cualquier persona tiene que pasar, pero desde un punto de vista mucho más comunitario: he tenido una pérdida en mi vida y voy con el maestro ayahuasquero para que me ayude con sus cantos. Mover ese “susto”, como dicen en países latinoamericanos: el trauma o choque emocional. El curandero les ayuda a sanar no sólo a través del canto, sino de esa interacción amorosa para que sienta que no está solo en esa experiencia difícil. Esa sería la perspectiva nativa. Desde el punto de vista occidental, que es lo que Débora González [coautora del capítulo] está estudiando, las personas que están pasando por el duelo caen dentro de las mismas categorías que han sido descritas en la psicología del duelo, excepto una, que es entrar en contacto directo con la persona que ha fallecido, y es única y exclusiva de la ayahuasca.
Una experiencia que no es replicable con otros psicodélicos, como los psilocibes o el propio LSD.
La ayahuasca nos permite entrar en lo que han sido descritos como “otros reinos”, habitados por entidades desencarnadas que algunas veces pueden ser interpretadas como espíritus humanos de gente que ya ha fallecido o aún no ha nacido. Como científico me limito a registrar lo que otra gente interpreta, evitando mis propios juicios. Posiblemente haya una explicación ontológica última pero no puedo saber si la gente está en contacto con los espíritus de las personas muertas. Lo importante no es si esto es realmente “real” desde un punto de vista metafísico, sino, desde un punto más simbólico o pragmático, cómo esas personas son capaces de integrar esas pérdidas de una manera sana que les permita seguir con sus vidas.
Esta larga pandemia ha provocado millones de muertos, por un lado, y un enorme aislamiento para quienes hemos sobrevivido. Para unos y para otros nos vendría bien tomar ayahuasca pero ¿crees que hay ayahuasca para aliviar tanto dolor?
Esa es una excelente pregunta, y no tengo una respuesta muy clara. Lo primero es que la ayahuasca puede servir para muchas personas pero sin duda no es buena para todo el mundo. Creo que pueden usarse otras metodologías terapéuticas para quien lo necesite. ¿Hay ayahuasca para todos? No. Es una liana que crece muy lentamente y tarda entre 5 y 10 años hasta que consigue los niveles de alcaloides necesarios para funcionar. Desde el punto de vista nativo, te dirían que ese es el tiempo que tarda el espíritu de la liana para tener la sadiburía para impartir a la persona que está tomando. Siendo un recurso bastante escaso, esto ha dado lugar a un mercado negro bastante salvaje de comerciantes/depredadores que extraen liana de la selva sin poner la atención en la manera: si cortas la raíz no vuelve a crecer. El mercado de la ayahuasca está poniendo en un peligro bastante grande la continuidad de esta práctica para las generaciones futuras a menos que la gente que trabaja con la ayahuasca tome conciencia de lo que está sucediendo y tengamos mecanismos para hacer esto de una manera sostenible. El Santo Daime, por ejemplo, tiene plantaciones de ayahuasca con las que logran hacer toda la medicina de sus miles de seguidores. Esto no es el caso en tradiciones chamánicas y centros de todo el mundo, donde la mayoría viene de operaciones extractivas en la selva. Es importante que los centros cultiven su propia medicina y pongan énfasis en la sostenibilidad de estas prácticas.
Por otro lado, creo que para la mayoría de las necesidades terapéuticas no es necesaria el té vegetal en sí y podrían utilizar diferentes tipos de farmahuascas o brebajes hechos con diferentes plantas que contienen los alcaloides de la harmina, como la ruda siria. Para contextos clínicos pueden servir los análogos, aunque esto pueda parecer una herejía para los puristas.
Porque si no, corremos el riesgo de que ese mecanismo del que hablas sea el precio, y que la ayahuasca se convierta, como ya empieza a ser, en un artículo de lujo sólo para quien se lo pueda pagar, no para quien lo necesita realmente.
Totalmente. Toda la práctica de la ayahuasca está encajada en dinámicas coloniales y extractivas, y eso es un tema enorme en sí mismo: la elevación de los precios, por ejemplo. Por culpa del turismo chamánico, el precio de la liana se ha multiplicado en varios órdenes de magnitud, de modo que para la gente local hoy en día es mucho más difícil acceder a estas prácticas, tanto por los precios como por la falta de disponibilidad de los curanderos mismos. Para un shipibo joven que quiere trabajar con la medicina es mucho más viable irse a trabajar a un centro con extranjeros que le pague tres o cuatro veces de lo que ganaría en su comunidad local. Esto tiene impactos enormes en las comunidades debido a las imparidades económicas.
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