«¿Por qué todo el mundo conoce a María Sabina y nadie conoce a Salvador Chindoy? Este es el hombre que nos presentó a la ayahuasca», se preguntaba el etnobotánico Mark Plotkin durante su intervención en el reciente encuentro ESPD55, organizado por Dennis McKenna y su McKenna Academy.
Efectivamente, Salvador Chindoy, taita del pueblo kamsá o kamëntsá, que habita en el Valle de Sibundoy, en el Putumayo colombiano, fue el primero en convidar yagé a Richard Evans Schultes, eminente biól0go estadounidense que sentó las bases de la etnobotánica moderna. Schultes viajó por primera vez al Amazonas en 1941 como investigador de la Universidad de Harvard, como parte de una expedición que pretendía estudiar variedades de caucho resistentes a enfermedades, en un esfuerzo de liberar a Estados Unidos de la dependencia de las plantaciones asiáticas, en manos de Japón tras la ocupación de Indochina. El caucho era un material crítico para vencer la II Guerra Mundial, en pleno fragor en aquel momento.
Foto icónica de Salvador Chindoy y Schultes tomada en los años 60, si bien se conocieron en 1942. (R.E. Schultes).
La expedición de Schultes hizo mucho más que localizar el ansiado caucho, pues el biólogo volvió a Estados Unidos con más de 24.000 especímenes para el herbario de Harvard, muchos de ellos desconocidos para la ciencia. Además, fue el primer investigador en alertar al mundo sobre la destrucción de la selva amazónica y el extermino de los aborígenes (¡en los años 40!). La odisea de Schultes está magistralmente narrada en el libro ‘One River’ (‘El río’, 1996), de Wade Davis, en el que el etnobotánico canadiense sigue los pasos de su maestro Schultes, quien a su vez hace lo propio con la huella del legendario naturalista Richard Spruce, en una inédita e irrepetible saga en la que se entremezclan la ciencia, la aventura y el contacto del hombre blanco con las tribus amazónicas.
Pero volvamos a Salvador Chindoy, el chamán que dio yagé (la ‘receta’ colombiana de la ayahuasca) a Schultes. Según describe Wade Davis en ‘El Río’:
«(…) El principal informante de Schultes en Sibundoy fue Salvador Chindoy, un famoso chamán. En las fotos que había visto de Chindoy estaba casi siempre cantando o inclinado sobre un paciente, alejando la enfermedad con un abanico de hojas selváticas. Vestía un cusma negro atado a la cintura, un collar de dientes de jaguar, libras enteras de cuentas de vidrio en torno al cuello, una espléndida corona de plumas de guacamayo y una capa de plumas de cotorra que le caía por la espalda hasta la cintura. Perforando sus orejas lucía dos plumas de la cola de una guacamaya carmesí; y las muñecas estaban adornadas con hojas. Todo el atuendo, me dijo una vez Schultes, era una visión andante. Las cuentas y las plumas, las hojas dulces en los brazos y los delicados diseños pintados en la cara eran un consciente y deliberado esfuerzo por imitar los elegantes atuendos de los espíritus que veía al tomar yagé».
Chindoy era un conocido curandero que viajaba a mercados públicos de Bogotá a Quito, compartiendo su conocimiento sobre plantas medicinales y vendiendo cortezas, raíces y hierbas que había cultivado o recogido. El taita afirmaba su conocimiento sobre el uso de las plantas con fines medicinales le había sido dado por las plantas mismas. Consumía yagé u otro brebaje de plantas alucinógenas, borrachero, y hacía que un joven aprendiz registrara sus percepciones inducidas por la visión durante toda la noche, que el aprendiz compartiría con el chamán a la mañana siguiente.
El ‘borrachero‘ no es otro que el toé o floripondio, una flor habitual en los jardines de medio mundo, y uno de los alucinógenos más poderosos que se conocen, temido incluso por los propios chamanes, que se refieren a ella como “El árbol del Águila Maligna”. Chingoy tenía en su finca un enorme árbol de ‘borrachero’, una variedad muy poco común y especialmente potente de esta Brugmansia.
«Se dice que otro de los más formidables de las especies de Brugmansia atrofiadas induce visiones fuertes de hasta cinco horas. Sus hojas estaban tan deformadas que parecían como si las hubieran comido las orugas, por lo que los grupos indígenas locales se refirieron a la planta como munchiro borrachero. Las variedades también recibieron nombres inspirados en el agua (buyé), el colibrí, el venado, y la boa. Sin embargo, el borrachero culebra era considerada la más eficaz y potente de las medicinas locales y el alucinógeno más favorecido por los payés kamentsás (chamanes) tanto para la oración como para la adivinación».
Encuentros con Salvador Chingoy
Un documental francés de los años 70 recoge una de los pocos vídeos del taita. En el documental se aprecian los gigantescos árboles de ‘borrachero’ (Brugmansia), que también llamaron la atención de Schultes:
La voz en off dice: «Salvador Chingoy es un gran curandero. Como se diría en Europa, es un psicoterapeuta. Él no leyó a Freud, pero esta mujer acude a él por una depresión nerviosa». Preguntado por el entrevistador sobre sus collares y su cruz, escuchamos hablar por primera vez al propio Chingoy en un castellano rudimentario: «Los buenos médicos nos ponemos los corales (los collares) y la cruz representa a mi dios, que me dio esta ciencia para trabajar con ella… ciencias naturales. Trabajo con mis remedios, mis plantas».
Desdichadamente, Chingoy no sólo usaba “El árbol del Águila Maligna” en sus ceremonias, sino que también solía regarlas con abundante aguardiente y chicha (fermentado de maíz). En ese estado se lo encontró Wade Davis en los años 70, en la misma época que está grabado el documental. Davis llega esperanzado de conocer a un chamán legendario pero marcha decepcionado al encontrarse un abuelo decrépito y alcoholizado.
Una experiencia parecida a la de Wade Davis la relata el doctor Andrew Weil en su libro de 1980 ‘The Marriage of the Sun and Moon: Dispatches from the Frontiers of Consciuosness’. Weil, que tiene una cierta fama como médico y divulgador en Estados Unidos, emprendió a finales de los 70 un periplo por Latinoamérica en busca de las ‘fronteras de la conciencia’, lo que viene siendo marihuana, heroína, hongos, coca, datura y, por supuesto, yagé.
Weil cuenta cómo pasa unos días tomando ‘chicha’ y licor con Chingoy pero acaba yéndose de su casa ante la imposibilidad de tomar el famoso yagé, y dado el continuo estado de embriaguez del taita.
Respondiendo a la pregunta de Plotkin, ¿Por qué todo el mundo conoce a María Sabina y nadie conoce a Salvador Chindoy? Schultes nunca habló demasiado del yagé ni de la ayahuasca (aunque Plotkin asegura que sí la probó en alguna ocasión) y, desde luego (y afortunadamente), no publicó un artículo en ‘Life’ que convirtiera el Putumayo en un lugar de peregrinaje para hippies y psiconautas, como de hecho sucedió con Huatla de Jiménez, el pueblito de María Sabina en Oaxaca.
La popularidad de la ayahuasca se inicia sólo unos años después, en 1963, con las ‘Cartas del yagé’, el intercambio epistolar entre William Burroughs y Allen Ginsberg. Pero esa es otra historia…
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Enlaces:
–‘Ayahuasca, Shamanism and Conservation in the Sibundoy Valley of the Colombian Amazon’, Mark Plotkin, ESPD55 (muro de pago).
–‘Plantas sagradas del Putumayo’, basadas en los estudios de Schultes y Davis.
–‘Taita Salvador Chindoy, curandero kamentsá. Valle del Sibundoy, años 70’, documental YouTube.
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