En 1910, el bacteriólogo alemán Paul Ehrlich descubrió y patentó la arsfenamina, un compuesto químico derivado del arsénico que se demostró eficaz contra la sífilis y se comercializó durante dos décadas con el nombre comercial de ‘Salvarsán’.
Ehrlich, que por aquella fecha ya había recibido un premio Nobel por sus investigaciones con las vacunas, tuvo un enorme influjo sobre la farmacología del siglo XX gracias a su aportación de la “bala mágica”: es decir, un compuesto farmacológico, que apunta de forma específica a un patógeno particular sin causar daños al cuerpo del huésped.
El ‘Salvarsán’ fue, por derecho propio, el primer medicamento eficaz basado en la hipótesis de la “bala mágica” y salvó millones de vidas en Europa hasta la introducción de la penicilina, descubierta por Alexander Fleming dos décadas más tarde y que resultó más eficaz para esta y otras enfermedades infecciosas.
El eco de aquel descubrimiento -y del concepto de “bala mágica”- llega hasta nuestros días*, si bien cada vez más debilitado: «Desde hace algún tiempo los fármacos selectivos, específicamente diseñados para tocar una sola diana en nuestro organismo, se ha estado comprobando que no funcionan», según explica el farmacólogo Genís Oña, de la Fundación ICEERS, en conversación con Plantaforma.
Genís, junto con el equipo de investigación de ICEERS, que lidera José Carlos Bouso, está investigando y difundiendo el «nuevo paradigma» de la farmacología: la polifarmacología. Esta nueva rama de la venerable ciencia integra y trasciende a la primera, al tiempo que sirve de modelo para explicar la eficacia de remedios herbales y compuestos vegetales. En palabras de Oña:
«Se empezó a investigar productos que no fueran tan selectivos sino que tocaran un gran sistema de genes, células, y tejidos con los cuales está relacionada una enfermedad compleja. Mediante este estudio se dieron cuenta de que el paradigma farmacológico clásico no funcionaba al explicar estos efectos, porque este paradigma obliga a disgregar todo y a reducir un efecto complejo a los efectos más simples de moléculas concretas y, al estudiar un producto complejo, constituido con varias plantas, donde tienes centenares o miles de moléculas afectando a miles de dianas de tu organismo, el paradigma clásico no funcionaba.»
«A partir de ahí, y con la aparición de nuevas técnicas como la transcriptómica y la metabolómica, se hizo posible estudiar estos fenómenos tan complejos y hacer mapas muy exhaustivos de estos productos complejos. A la vez, esto se ha visto renovado por la observación de que estos productos son muchas veces más eficaces y seguros que los fármacos complejos. Todo esto está llevando a una revolución en el campo de la farmacología y se espera que en los próximos años esto vaya aún más en boga. No sólo en la farmacología, sino en varias disciplinas, cada vez se avanza más en la integración de la complejidad misma de los fenómenos y no al reduccionismo típico que se ha hecho desde hace más de un siglo, desde el positivismo francés. Hay una tendencia a ir hacia la complejidad».
Genís Oña y José Carlos Bouso han publicado hasta la fecha tres artículos en torno a la polifarmacología. El primero de ellos está referido específicamente al potencial de las sustancias psicoactivas -como el cannabis o la ayahuasca– para tratar enfermedades neurodegenerativas como el Parkinson o el Alzheimer. El artículo es una cerrada defensa del uso de los compuestos vegetales completos en lugar de sus principios activos, una deriva que está tomando el llamado ‘Renacimiento psicodélico’ y que bebe en las fuentes del reduccionismo del paradigma de Ehlrich.
La polifarmacología, sostiene Oña «nos recuerda que consumir el producto herbal entero y todos sus principios activos, lo que se ha hecho toda la vida, es lo que realmente puede funcionar, y esto pone de relieve que las maneras tradicionales que se han creado alrededor del uso de estas sustancias, quizá es lo que realmente se debería estar haciendo para buscar un efecto terapéutico; en lugar de dar pastillas de psilocibina, quizá es mejor idea dar el hongo completo, que es lo que se ha hecho siempre».
La ayahuasca a la luz de la polifarmacología
En el caso concreto de la ayahuasca, es muy poco lo que sabemos a nivel científico sobre la bebida. Apenas su principio activo -la DMT- y las betacarbolinas que lo activan -harmina, harmalina y tetrahidroharmina- han sido estudiadas.
Sin embargo, no se sabe nada de los entre 2.300 y 2.400 compuestos que componen la ayahuasca, según Oña, muchos de los cuales tienen efectos neuroprotectores. Estas moléculas sirven a la(s) planta(s) para vivir mejor, por ejemplo, para librarse de los insectos o para buscar la luz del sol, pero también puede tener un efecto notable para nosotros, los humanos:
«Hay una amalgama de compuestos que también van a sumar siempre, no van a restar, y si suman un efecto terapéutico, aunque no sea específico de la persona que esté sufriendo la enfermedad, le va a brindar beneficios», resume Oña.
Las implicaciones que tiene esta línea de investigación son múltiples, tanto para el entendimiento de esa inteligencia vegetal que defiende el botánico Stefano Mancuso como de nuestra propia biología, así como la coevolución de las especies implicadas:
«A lo largo de milenios, la ayahuasca ha ido perfeccionando su perfil bioquímico para adaptarse mejor a su entorno. Mediante este roce y esta convivencia en la selva y en sus ecosistemas, se ha generado un cierto perfil fitoquímico que nosotros podemos aprovechar. Es algo fascinante y, si un paradigma nuevo te permite comprender mejor una planta tan compleja y tan rica, creo que deberíamos aprovecharlo al máximo».
La compleja interacción de miles de moléculas con millones de células y centenares de dianas es imposible de replicar con un puñado de principios activos, o incluso reemplazándolos con los llamados “análogos de la ayahuasca”, tal y como fueron bautizados por el gran etnobotánico Jonathan Ott en un libro homónimo en 1994. Puede que estos análogos tengan efectos psicoactivos parecidos a los de la ayahuasca pero no por ello atesoran los mismos efectos curativos profundos de la bebida amazónica.
En palabras de Genís Oña, «ese sería otro tipo de reduccionismo: centrarlo todo en el efecto psicológico de la planta sobre la persona. Puede que dicho efecto psicoactivo tenga beneficios, por supuesto, pero esas plantas que se utilizan para hacer farmahuasca o anahuasca no están tan estudiadas como la Banisteriopsis y la Psychotria. Por tanto puede haber compuestos, como la Peganum harmala, de la que se ha dicho que puede ser abortiva… Es posible, para ciertas enfermedades, funcione mejor la receta clásica y para otras mejor la otra receta alternativa».
El reduccionismo farmacológico -o psiconáutico- también impregna campos como el legal, empeñado en perseguir y castigar desde la nefanda ‘Guerra contra las drogas’ una serie de moléculas presentes, para bien o para mal, en ciertas plantas: la DMT en la ayahuasca; el THC en el cannabis o la cocaína en la hoja de coca:
«En lugar de centrarnos en el principio activo, quizá lo ideal sería que la legislación no solo no fuera reduccionista en términos farmacológicos, sino también en términos culturales. Es decir, no vamos a reducir solo la hoja de la coca a la cocaína, porque hay una serie de usos lícitos increíbles en la hoja de coca -en textil, en alimentación etcétera- que te estás perdiendo por reducir todo a sus principios activos y obviar los usos culturales del producto entero», concluye Genís.
*Como demuestran los más de 8.000 referentes que manejan las farmacias españolas en la actualidad, todos ellos inspirados en el principio de la ‘bala mágica’.
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–’Therapeutic Potential of Natural Psychoactive Drugs for Central Nervous System Disorders: A Perspective from Polypharmacology’, Current Medical Chemistry, 12 de diciembre de 2019.
–’Las plantas psicoactivas bajo el paradigma de la polifarmacología’, Fundación ICEERS, 2019.
–’On the origins of drug polypharmacology’, Xavier Jalencas y Jordi Mestres, Journal MedChemCom, 2013.